top of page

Confesiones peligrosas


Empecé a vivir con mi pareja, Adela, hace tres años. Siempre fue muy celosa. Mi timidez hacía de mí una persona amena y sencilla. Dejé mi trabajo de vigilante hace un mes, pero aún no había sido capaz de contárselo.

Un amigo de la infancia, Richard, me ayudó a encontrar otro trabajo. Al principio me costó bastante, hasta que entró en mi expectativa. Mi suerte fue que era un empleo nocturno y podía compaginar mis salidas con Adela, para hacerla seguir creyendo que aún tenía mi antiguo puesto en la empresa de vigilancia.

Adela, como buena cotilla, siempre me hacía preguntas para sonsacar la verdad. Era bastante astuta en su trabajo de detective. El día de su cumpleaños comenzó a sospechar por mi ausencia.

–¿Por qué tienes que trabajar ahora solo los fines de semana? Me has fastidiado un día especial para mí. –Cariño, me han cambiado de zona y tengo otros turnos. –¡¡No es justo!! Seguro que también trabajarás el día de San Valentín, eso no te lo perdono. –Pediré el día libre, te lo prometo. –¿Seguro? ¿No me dejarás de nuevo con la cena preparada? –No pasará otra vez, hoy mismo lo hablaré con mi jefe.

No fue fácil, acababa de empezar y todavía me quedaba mucho que aprender. Richard, mi amigo, era también mi jefe, así que le pedí el favor.

–¡Richard! Tengo un problema con mi pareja. –¡No me digas que se ha enterado! –No, por suerte aún no sabe nada, pero está empezando a sospechar. ¿Puedo pedirme libre el 14 de febrero? –¡Puff! Creo que será muy difícil, Galáctica, llamó ayer diciendo que se encontraba mal. No tengo a nadie más. –Mi novia está muy enfadada. Si le fallo otra vez, seguro que termina conmigo. –Estoy casi seguro de que si yo lo fuera haría exactamente lo mismo. –¡Claro! Me entiendes. –Tu primer día como Quimera fue espectacular. No me falles, o tendré que buscarme a otra persona. –Por favor, Richard, tiene que haber otra solución. –Sí, solo dos: o trabajas, o te vas a la calle. –No esperaba esto de ti. –Carlos, o mejor dicho, Quimera, somos amigos, pero el trabajo es el trabajo. –Bueno, gracias por tu ayuda, amigo. –Cuando tengas un negocio, lo entenderás. Nos vemos el sábado, hasta luego. –Adiós.

Me tembló la mano que sujetaba el teléfono. No sabía qué hacer y mucho menos cómo contarle a mi novia que faltaría para el día de los enamorados. Traté de hacerme el disimulado y como si no recordara nada. Adela, repetía todo el tiempo las horas que quedaban para que llegara el día. La culpa me hacía ponerme más nervioso, hasta el punto de ceder por arrepentimiento a contarle la verdad.

–¿Ya has hablado con tu jefe? –Sí, sí, cariño. –Dime, ¿ha aceptado dejarte librar el 14 de febrero? –Sí, sí, cariño. –¿Por qué te repites tanto? ¿No me estarás engañando? –No, no, cariño, para el sábado tengo el día libre. –Espero que no tengamos ninguna sorpresa, o lo nuestro se termina. Ya no aguanto más. –No, no habrá sorpresas, te lo prometo. –Claro que te creo, estaba de broma. –Qué graciosa eres.

Su risa astuta se clavó en mi mente. Cada vez estaba más alterado, pensativo, no sabía qué hacer a tan solo un día del sábado. Mi desesperación hizo que llamara de nuevo a Richard, para saber sobre el estado de mi compañero.

–¿Qué pasa ahora, Carlos? –¿Cómo se encuentra Galáctica? ¿Sabes si trabaja el sábado? –Está con una gastroenteritis aguda. –Pero seguro que para mañana estará mejor. –Eso no lo sé yo, no soy médico. Aparte, tú qué quieres, ¿Qué se me cague en mitad del show? –Tienes razón, lo siento. –Mira, si no quieres venir, contrato para mañana a otro y estamos en paz. –No, no, Richard, no puedo perder el trabajo, Adela me mata.

En ese momento, mi novia pasaba por la puerta del baño.

–¿¡Richard!? ¿¡Que pierdes el trabajo!? –¡Adela! Es mi compañero. Que se ha puesto malo con gastroenteritis y tengo que sustituirlo en el trabajo. –¿¡Cuándo!? –Mañana sábado, lo siento. Me hacía mucha ilusión la cena. Te veía tan feliz. –No pasa nada. Si encima pierdes el trabajo, mejor que vayas. –¡Claro! Te quiero, eres un sol.

Sentí que me quitaban un gran peso de encima, pero seguía ahogándome la culpa. Me oprimía el corazón no poder contarle la verdad por mi miedo y vergüenza. Llegó el sábado y me desplacé al trabajo con la sospecha de que me estaba siguiendo alguien. Cuando salía de mi camerino me crucé con Galáctica por el pasillo.

–¡Galáctica! ¿¡No estabas con Gastroenteritis!? –¿¡Quién!? ¿¡Yo!? Qué va, estoy fantástica. Como siempre. –¡Será bastardo el Richard! Me ha hecho mentir a mi futura esposa. –Míralo, por ahí viene el pitufo. –¡Richard! ¡Cabrón! –¿¡Qué cabrón!? ¡Sal por la puerta de atrás, corre! –¿¡Qué pasa!? –Tu novia, te ha seguido hasta aquí. –¡Adela! ¡Dios! Entretenla con algo.

Salí corriendo por la puerta de atrás, que daba a un descampado. Buscaba un sitio donde ocultarme en los almacenes del bar. Unos pastores alemanes comenzaron a ladrar tras una verja. Asustado con los ladridos, escapé por un sendero entre la arboleda. Apenas podía correr con los tacones altos, mi traje y todos los complementos colgantes que tenía en mi cabeza. Un par de chicos que andaban muy ebrios por el lugar se alarmaron con el tintineo de mis aros. Con la escasa luz de la zona y su cogorza, creyeron que estaban viendo al diablo.

–¡Quillo! ¿Has visto eso!? –¡Qué cojones! Pero si parece un demonio. –Coge un palo y métete en esos matorrales, cuando pase por aquí lo atacamos. –¿Tú crees que vamos a poder con Satanás? –Cállate, y sal cuando te avise.

Al pasar entre los matorrales, los dos individuos se abalanzaron para golpearme. Me propinaron tal paliza que casi me dejan inconsciente. Gracias a que llegó Richard, espantando a los borrachos y llamando a la policía, que pude salvarme.

–Tío, mira, ¿y el enano ese? –Vámonos, que viene su vasallo.

Llegó la policía y la ambulancia armando un revuelo entre los clientes del cabaret. Adela, que andaba por el lugar, terminó cansada de buscarme. Richard, con la intención de despistar a mi novia, la invitó a unas copas con las que terminó algo pedo.

–Parece que ha habido un accidente. Volveré a casa y esperaré a Carlos. Será que la noche me confunde.

Llegué al hospital inconsciente bajo el efecto de los calmantes. Cuando dormía en la habitación, entró una mujer de la limpieza que confundí con Adela. Balbuceando, arrepentido y con lágrimas en mis ojos, confesé todo.

–¡Adela! Lo siento mucho, cariño. No quería que supieras que era drag queen. Me costó mucho aceptarlo y mucho más saber que soy bisexual. Te he metido en este lío por mi mala cabeza. Solo quiero que sepas que, a pesar de todo, te amo con locura. –¡Conchita! –¿¡Qué!? –El de la 112, que se esta confesando porque cree que soy una tal Adela. –Que perdida está la juventud de hoy en día. –Me da lástima. Cuando se dé cuenta de que ha gastado saliva para nada... –Pobrecillo...


Autor: Juan José Serrano Picadizo

35 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Histeria

bottom of page