Quiéreme, pero no me mates
- Evilcraft
- 14 feb 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 19 feb 2021

Conocí a Hugo un mágico día de otoño. Éramos unos pequeñajos, pero ya vivía enamorada de él. Siempre compartíamos de todo, incluso nuestras aficiones.
En primaria nos apuntábamos juntos a cualquier actividad. Vivimos nuestro primer viaje de excursión. Hacíamos las mismas amistades. Solía dejarle ganar en ajedrez. Siempre se enfadaba cuando perdía. Él me enseñaba a jugar al baloncesto. Era muy patosa.
En secundaria me atreví a declararle mi amor incondicional. Como siempre, por mi timidez, llegué tarde. Se enamoró de Laura, "La Miau". La odiaba con toda mi alma. Me lamenté de haberlos presentado aquel día de cumpleaños. Culpaba a mi madre.
–¿Por qué no sales con Laura? Es tu vecina... Bla, bla, bla y bla. No la soportaba.
Su relación duró un año. Empecé a tener la esperanza de que vendría arrastrándose a mis pies. Suplicando mi amor. No sé lo puse fácil. Pero mi tortura no perduró por mucho tiempo. Quedé ciegamente enamorada de él. Hasta el tuétano.
Una noche de salida por la feria del pueblo, se declaró regalándome una flor. No me lo pensé, sí, sí y sí. Salíamos todos los fines de semana y me presentaba como su pareja. Yo gozaba como tonta. Él, era él, mi mundo, mi vida, mi amor. Un poco celoso y controlador.
Nuestro noviazgo duró mucho tiempo. Cinco años. Comiendo en una cena de trabajo, se arrodilló frente a mí y me pidió matrimonio delante de todos los presentes. Días antes habíamos discutido por unos mensajes de mis compañeros. No acepté, estaba muy confundida. Se enfadó mucho, huyendo de la cena y dejándome tirada cuando le intentaba explicar. Le llamé en varias ocasiones para pedirle perdón, pero no contestaba. Estuvimos un mes sin vernos.
Nos reconciliamos de nuevo como si no hubiera pasado nada. Estaba muy cambiado, me hacía todo tipo de regalos y éramos muy felices. Me casé. Todo era perfecto.
Recién casados tenía muchos problemas para encontrar trabajo. Siempre estaba de mal humor y discutíamos a diario. Quedé embarazada de nuestro primer hijo, mi regalo más deseado. Él siguió siendo mucho más controlador y, sobre todo, machista. Salía con sus amigos dejándome sola en casa. Volvía siempre borracho.
Una noche el bebé lloraba mucho e intentó tirarlo por la ventana. Lo agarré por los brazos y, de un empujón, me pegué con la mesa en las costillas. Me fracturé dos. Engañamos al médico diciendo que me había caído de la silla intentando limpiar la lámpara.
Durante unos largos años, me insultaba, me pegaba y me forzaba a tener relaciones con él. Ya no estaba enamorada.
Llegó a casa muy nervioso, gritando que quería la cena. Decía que tenía mucha hambre. Lo más bonito que soltó por su boca fue "puta". Puesta la mesa, me agarró del cuello diciendo que estaba fría. Yo empecé a llorar. Me refugié en el baño con el pestillo echado. Empezó a tirarlo todo, queriendo tirar la puerta. Cinco horas duró mi calvario.
Por la mañana, despertaba siendo otra persona. Incluso me hablaba bien. Estaba muy confundida, no sabía si era problema de él o del alcohol. Hasta que despejó mis dudas. El muy miserable hijo de puta.
Estaba limpiando el aseo cuando me pilló por la espalda atándome un cinturón en el cuello. En ese momento creí que me mataba. Me solté, asfixiada, arrastrándome por el suelo, queriendo coger a mi niño. Apenas podía respirar y levantarme. Intenté gritar para pedir ayuda, pero no me salía la voz. En un último esfuerzo, me agarré al pomo de la puerta de la habitación donde dormía mi hijo. Cuando por fin me mantuve erguida, me golpeó en varias ocasiones con la hebilla del mismo cinturón que sostenía en sus manos. Haciendo que de nuevo perdiera el equilibrio y seguido el conocimiento.
Tardé un mes en recuperarme de las heridas y marcas en mi cuerpo. Me destrozó el alma. Tomaba pastillas para la depresión. Apenas tenía fuerzas para sonreír. Me pidió perdón. Atemorizada y afligida, le perdoné. Parecía cambiado, creí. Escribo esto desde el tanatorio, con su féretro abierto, tuve que elegir, o él o nosotros.
–Perdón, ¿Has terminado ya de escribir? Quiero escribir yo también algo para el muerto.
–Sí, lo siento. Ya se ha terminado.
Contesté cediendo el libro de condolencias.
Autor: Juan José Serrano Picadizo
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