Días Extraños
- Evilcraft
- 8 ene 2021
- 15 Min. de lectura

Basado en el año 2060.
– Tom, ¿hiciste todo como te pedí?- Hacía una llamada un anciano que caminaba solitario por una calle abandonada. – Sí, viejo chocho, tienes suerte -. Contestaba. – Gracias...- Agradecía mientras se perdía por la neblina. Le insistieron que desistiera sobre el tema, que dejara de investigar y buscar información entre los ahora octogenarios que vivieron los años prohibidos. Patricia acabó en varias ocasiones en los juzgados. Desde que se graduó en la academia de escritura y obtuvo matrícula de honor como reportera, siempre perseguía el sueño de sacar a la luz todos los trapos sucios y problemas de los misteriosos años tabú. Borraron todo rastro de la historia, los calendarios, informaciones de casos y muertes. En ocasiones, recordaba cuando de niña sus difuntos abuelos hablaban de la mala experiencia de aquellos años. Vivía en un apartamento alquilado compartido con dos compañeras de trabajo. Apenas dormía en la noche buscando todo tipo de información y nombres de personas afectadas. Acudía un día sí y otro no a trabajar y su jefe ya le había dado más de un ultimátum. Trabajaba en una cadena de comida rápida a domicilio llamada "Pío Pío" pero su sueño siempre fue ser escritora. Tenía un libro que escribir, mucho que contar y nada le podía parar los pies. – Patricia, sé que eres muy trabajadora, que te gusta escribir y es tu sueño el publicar tu libro, pero ya no te puedo dejar pasar más las ausencias en el trabajo. Tienes que madurar, olvídate ya de ese tema. Si te meten en la cárcel yo no volveré para ayudarte más -. A través de una pantalla en un pequeño despacho, le replicaba su Jefe, Jonathan, que también era su primo. – Sabes que casi tengo terminado mi libro, solo necesito la información esencial y la que todo el mundo calla. Cuando lo tenga, te juro que doblaré turno -. Sentándose en una silla junto a la mesa, insistía Patricia intentando convencer a su primo. – Ya te dieron el último aviso, la próxima vez que te denuncien te expulsarán de Isla Esperanza -. Se preocupaba Jonathan. Patricia, enfadada, se levantó de la silla tirando todo al suelo. – ¡Isla Esperanza! Bien sabes que odio esta loca ciudad flotante. Vivir apartados dejando a los pobres que mueran de hambre y enfermedades -. Gritaba furiosa. La pantalla móvil se acercaba frente a frente con Patricia. – Si no es por la oportunidad que nos dieron nuestros padres en esta isla hubiéramos muerto de alguna enfermedad en La Tierra -. Le recordaba Jonathan. Patricia dejó su uniforme encima de la pantalla, dejando a medias la conversación con su primo. – ¡Vete a la mierda! - Salió de la sala dando un portazo. Se dirigió a su apartamento para recoger toda su ropa y lo necesario para sobrevivir. Olivia, escuchaba los golpes desde su habitación y acudió rápido para ver qué pasaba. – ¡Patricia! ¿¡Qué pasa!? Estás loca, ¿Dónde crees que vas? - Agarraba la maleta para que Patricia no cometiera una locura. – Me voy de esta miserable ciudad, ¡estoy harta de que todo el mundo me mande! - Gritaba mientras tiraba de la maleta. – Tía, allí abajo está todo contaminado, ¡vas a morir! - Insistía Olivia derramando unas lágrimas. – No lo sabré hasta que no esté allí. Lo mismo es otra mentira más, como la de 2020, que parece que nadie quiere acordarse -. Decía convencida a su compañera. – ¿Pero ya sabes cómo vas a bajar? Si no tienes un permiso no puedes salir de aquí -. Preguntó preocupada Olivia. – Tengo un contacto en los almacenes, me meterán en una de las cajas de residuos que llevan a La Tierra -. Contestó abrazando a su compañera. – Llámame en cuanto estés allí, quiero saber si estás bien, ¿vale? - Se despidió Olivia.
Patricia cerró la puerta respirando profundamente, haciendo recuerdo de su vida con sus compañeras. Miraba por cada paso hacia atrás, despidiéndose del edificio en el que vivió durante un tiempo. Buscando un taxi, hizo una llamada a Pedro, el chico que trabajaba de guarda en los almacenes, para asegurarse de que ya entraba su turno. – ¡Pedro! ¿Estás en tu turno? Voy para allá. Lo he pensado bien y creo que me voy a ir de la ciudad -. Aseguraba Patricia. – ¿¡Estás segura!? ¡Como nos pillen me juego el puesto y la cárcel! - Exclamaba Pedro. – Sí, muy segura -. Concluyó
Bajó del taxi muy nerviosa, cerró fuerte los ojos y respiro profundo. Rodeó su maleta con fuerza junto a su pecho. Esperando junto a la verja del almacén, de repente, se llevó un susto.
– ¡Psss..! ¡Patricia! ¡Por aquí! - Le susurró Pedro, abriendo por un lado la alambrada. – ¡Pedro! ¡Me has asustado! ‐ Exclamó. – No hagas ruido, tenemos poco tiempo, ya bajan el contenedor de residuos. Tienes que llevar esto para poder respirar allí abajo -. Pedro, le entregó una pequeña bombona de aire.
Patricia entró en uno de los contenedores despidiéndose de Pedro. La bajada era guiada por drones programados con dirección a un vertedero principal. Los movimientos con la pesada carga eran violentos y, en ocasiones, era golpeada por más de un objeto o casi aplastada por los desechos. Uno de los bruscos resaltos hizo que se golpeara la cabeza provocando que perdiera el conocimiento. Los contenedores eran apilados en zonas enumeradas, en algunas ocasiones, los ladrones y otros tipos de malas personas registraban el cargamento para encontrar algo valioso de las ciudades flotantes, navegantes o cúpulas terrestres.
– Alfred, investiga este contenedor, lleva aquí poco tiempo, a ver si encontramos algo valioso -. Ordenaba un hombre mayor a su robot. – Sí, señor -. Contestó encendiendo un piloto de rayos X para ver su interior. – Señor, hay una humana dentro del contenedor -. Señaló. – ¿¡Cómo!? Vamos, abre rápido -. Sacó un láser de un dedo destrozando la cerradura. – Señor, la humana está inconsciente. Parece haberse golpeado la cabeza -. Dijo tras hacerle un reconocimiento. – Cárgala, la llevaremos a la cúpula -. Ordenó el hombre. – ¿Por qué no la carga usted, señor? - Preguntó. – ¿¡Con mi edad!? Venga... llévala tú -. Contestó el viejo.
La llevaron a su apartamento, en una de las cúpulas terrestres. El anciano sacó un botiquín de primeros auxilios y curó la herida de Patricia, que poco a poco empezó a recobrar el conocimiento.
– No te asustes, habías perdido el conocimiento. ¿Qué hacías en ese contenedor? - Preguntó. – De Isla Esperanza. - Contestó delirando – ¿Dónde estoy? ¿Quién es usted? - Preguntaba extrañada al darse cuenta del lugar en donde estaba. – En la cúpula E3, yo soy Bruce. Él es quien te salvó, Alfred, mi mayordomo -. Se presentó el anciano –. ¿Por qué escapaste de Isla Esperanza? ¿¡No serás una ladrona!? - Preguntó preocupado. – ¡No! ¡No soy ladrona! Soy escritora y periodista -. Contestaba nerviosa al ser malinterpretada. – ¿¡Escritora!? Qué recuerdos... yo también escribía de joven. Seguro has leído algunos de mis libros y relatos. Mi libro... ¡Ay! ¿Qué pasa Alfred? - Se Quejaba el anciano de un pequeño pellizco. – Señor, tengo que hablar con usted -. Intervino el robot. – ¿¡Ahora!? ¿¡Por qué me has interrumpido!? - Gritó Bruce a su mayordomo. El robot se acercó a la chica sigiloso, inyectando un sedante en su cuello. – ¿¡Pero qué haces Alfred, te has vuelto loco!? - Se levantó el anciano para detener al robot. – Hice las pruebas que me mandó, señor -. Susurraba a Bruce, intentando frenarlo. - El ADN de esta chica dice que es pariente suya, probablemente su nieta -. Concluyó el mayordomo. – ¡Mi...mi nieta! Creo que tengo que rendir cuentas con alguien -. Extrañado, se acercó a una pantalla de gran tamaño. – ¡Lola! Haz una llamada a mi hermano Óscar. ¡Rápido! – Enfadado, mandaba a una asistente cibernética que conectaba con toda la casa. – Listo, señor -. Recibió la orden. Óscar, hermano de Bruce, aparecía sentado en su despacho junto a una chica joven a través de la pantalla. – ¡Qué! Benditos los ojos. ¿Cuántos años llevamos sin vernos? ¿Qué se te ha perdido ahora? - Preguntó Óscar extrañado por la repentina llamada de su hermano. – Sinceramente, creo que unos 25 años más o menos, pero ni falta que hacía -. Contestó desinteresado. – Solo quiero saber una cosa. ¿¡Qué cojones hace aquí mi nieta!? - Preguntó cabreado. Óscar acercó su cámara. – ¡Tú nieta! ¡Patricia! Estaba a cargo de mi nieto preferido...Ja, ja, ja, ja Estos jóvenes... voy a llamar a Jonathan ahora mismo -. Nervioso, tragando saliva, Óscar marcaba el botón para hacer la llamada. – ¡Jonathan! ¿¡Dónde está Patricia!? - Gritaba enfadado al joven. – Abu... se marchó ayer del trabajo y me dijo que me fuese a la mierda -. Lloriqueaba a su abuelo. – Entonces, ¿¡no sabes dónde está!? ¡Contesta! - Gritó más enfurecido. – No... abu... lo siento -. Contestó asustado. – ¡Te dije que cuidaras de tu prima! Te pasaba dinero para que le ayudaras. Mañana hablaré seriamente con tu padre -. Regañaba a su nieto. – Lo siento... Juanjo, no sé cómo ha podido pasar. ¿Cómo ha salido de Isla Esperanza? - Preguntó incrédulo. – Se ha colado en un contenedor de residuos, sabes que yo no puedo cuidar de ella por mi enfermedad y aquí abajo puede contagiarse de cualquier virus. Arréglalo como puedas, pero tenemos que llevarla de nuevo arriba -. Informaba el viejo a su hermano. – No creo que pueda hacer nada, seguramente, si se enteran, la meterán en la cárcel por fuga. Te informaré si puedo hacer algo -. Se despidió Óscar. – Por favor, no te olvides, como te suele pasar con todo. Ya no me queda mucho tiempo -. Rogó cortando la llamada.
Se acercó a Patricia admirando su rostro. – Cuánto se parece a ella..., ¿verdad, Alfred? - Recordaba entristecido arropando con una sábana a su nieta.
Al día siguiente Patricia despertaba con un ligero dolor de cabeza. Se preguntaba si todo lo que había vivido la pasada noche era un sueño.
– ¡Buenos días! Te he preparado el desayuno. En realidad lo preparó Lola, tostadas con mantequilla y mermelada y café. ¿Te gusta, o prefieres otra cosa? - Preguntó Juanjo muy contento. – ¡Qué..! ¿Qué son tostadas? - Respondió Patricia al no saber qué era. – ¡Pruébalo! Seguro que te gustan.
Extrañada, probó un bocado del desayuno, notando que estaba delicioso.
– ¡Me encanta! Muy rico gracias -. Agradecida sonreía al anciano. – ¡Lo sabía! Es mi preferido -. Exclamaba con los ojos llorosos. - ¿Por qué estás aquí? - Preguntó mientras Patricia daba un sorbo de la taza. – Busco información importante para acabar mi libro -. Contestó. – ¿Qué clase de información? - Volvía a preguntar Juanjo dando también un trago de café. – 2020, en Isla Esperanza nadie habla sobre esos años tabú -. Sorprendía al viejo que, casi ahogándose, escupió el café de su boca. – ¿¡Cómo!? Mejor olvídate de esos años, chica. Aunque publiques ese libro nadie lo comprará. Yo escribí... nada, mejor déjalo -. Se quedó ausente Juanjo recordando un antiguo relato que publicó él. – ¡Dime! ¿¡Tienes algo de ese año!? ¡Déjame ver! - Se interesó Patricia. – Te pareces mucho a mí, cabezota, soñadora..., no sé si te servirá de mucho. Déjame que recuerde dónde lo guardé -. Juanjo rebuscada entre todas las estanterías y cajones que tenía por la casa. – ¡Voilà...! ¡Aquí te escondías! - Exclamaba festejando. – Señor, cuidado, puede leer su nombre -. Avisó susurrando Alfred. – Tienes razón, tengo que arrancar el lado donde está el nombre del autor -. Se acordó, agradeciendo a su atento robot. - Ten, aprovecha lo que quieras, a ver si te sirve de algo -. Dijo entregando los folios a Patricia. – ¡Guau..! ¡Cuatro hojas, qué burrada! - Dijo sorprendida.
Patricia, agradecida, comenzó a leer muy emocionada.
– Marzo de 2020; el virus se propagó por todo el mundo. Las cadenas internacionales y locales informaban día y noche de los nuevos infectados y muertes diarias. En España sacaron todo tipo de restricciones y obligaciones, desde ponerse mascarillas para salir, lavarse muchas veces las manos, untarse las mismas con gel desinfectante, usar lejía, tomar medidas de distanciamiento de dos a tres metros. Los supermercados y zonas más importantes se colapsaron y la gente apenas se lo tomaba en serio. El artículo más vendido del día era el papel higiénico. Ir al trabajo era un suicidio, te perseguía el miedo o tenías a veinte miedosos que, por culpa de la mala información y creer en la multitud, se enfermaban solos. Cerraron colegios, todo tipo de centros educativos y de reuniones. La mala gestión social y del gobierno inició un estado de alarma en todo el país y nos encerraron en cuarentena. A pesar de estar catorce días encerrados, los contagios y las muertes colapsaron los hospitales. Los sanitarios apenas podían con su trabajo al máximo rendimiento, algunos doblando turnos e incluso no llegando a dormir. Por la lucha continua de nuestros médicos, la gente se agolpaba en los balcones todos los días a una hora exacta para aplaudir y alentar a nuestros valientes.
Abril de 2020; la cuarentena duró otros 14 días más. Deshicieron restricciones, dejaron salir a trabajar para sostener la economía. Bajó la curva de contagios y muertes por provincias. El estado de alarma duró todo el mes. Multitudes de asilos fueron desinfectadas por la rapidez de contagios y muertes de personas mayores. Los niños no entraron al colegio, las escuelas y otros servicios cerraron por un tiempo estimado.
Mayo de 2020; el estado de alarma aún era vigente. El gobierno no se aclaraba y no decidían si dar paso a la economía y al turismo. Los colegios seguían cerrados, los hoteleros y autónomos del país se reunían para manifestarse. La pandemia había llevado a la ruina a más de un negocio, miles de familias no tenían para comer o simplemente pagar un alquiler. La hostelería se iba a la ruina y el turismo no creció en todo el mes. Los vuelos eran cancelados tanto nacionales como del resto del mundo.
Junio de 2020; los contagios bajaron a la mitad y apenas se contaban muertes, pero aún no había una decisión por miedo a un nuevo rebrote. Gobierno y oposición peleaban por reabrir el total de la economía y cancelar el estado de alarma en el país. Los mayores aún se contagiaban a un ritmo espantoso, dejando a la luz las malas gestiones de algunos asilos privados. Las playas y piscinas abrían con restricciones.
Julio de 2020; la sociedad y la economía se ajustaban a las restricciones. Teatros, museos, salas de fiesta, etc... eran aplazados a causa de nuevos contagios en las provincias. El gobierno daba vía libre a las comunidades para hacerse cargo de la tasa de contagios y restricciones del lugar, inclusive el estado de alarma y cuarentena.
Agosto de 2020; los contagios volvían a subir poco a poco, algunas comunidades antes menos contagiadas ahora tenían nuevos rebrotes. Civiles de las comunidades con más cantidad de casos y rebrotes salían cansados de sus casas para manifestarse. El norte de España estaba siendo castigado con la nueva recaída. El estado de alarma dejaba de ser vigente. La gente salía a las calles con normalidad, pero con precaución. La mascarilla aún era obligatoria para todo el mundo. Reabrieron centros comerciales, hostelería y salas de reuniones. El turismo podía entrar con normalidad a España con el cumplimiento de un test negativo.
Septiembre de 2020; los niños volvieron a la escuela. Los contagios bajaron y las muertes cesaron. En las noticias se hablaba de la primera vacuna contra el Covid-19. La gente era reacia a vacunarse por posibles efectos secundarios, la multitud se dividía entre un sí y un no.
Octubre de 2020; empezaron de nuevo los rebrotes con una nueva mutación del virus, mucho más violenta. Países de Europa sin contagios ahora estaban siendo atacados por el virus a una velocidad abismal. Alemania e Inglaterra se sumaban a la lista de número de muertes y casos. Todos los países luchaban por crear una vacuna antes del 2021. España entraba en la nueva orden de toque de queda, de 22:00 a 06:00 de la madrugada no podía salir nadie a la calle.
Noviembre de 2020; los contagios por el norte cada vez se extendían más. Los rebrotes ya sucedían por toda España a causa del turismo y la apertura de establecimientos. Zonas de Andalucía volvían a tener gran cantidad de contagios, llegando a poner en cuarentena muchas localidades. El toque de queda se extiende hasta finales de mes, con restricciones de festejos y personas que pueden juntarse en un solo lugar a diez.
Diciembre de 2020; empezaba a ser un mes negro, los contagios no bajaban y se hablaba de una nueva cuarentena. La Navidad empezó con mal pie, pero poco a poco fue recuperándose. Los contagios y muertes cesaron poco a poco, a la espera de un nuevo y peor rebrote. Levantaron la mano para las cenas y compras navideñas. La hostelería volvía a sufrir consecuencias con nuevas restricciones de horarios por las aglomeraciones. La gente volvía a manifestarse por la falta de pagos del gobierno y la ayudas a los hosteleros. Los días clave de diciembre se podían celebrar con un total de seis personas por casa y de la misma familia. Inglaterra empezó a probar una primera vacuna contra el Covid-19. Ya estaba en camino para todos los países, estimándose su llegada a principios del 2021.
Enero de 2021; probaron las primeras vacunas en España. El Covid-19 seguía siendo el problema mundial y la vacuna su única esperanza. Los últimos contagios de Inglaterra crearon una nueva mutación del virus, que empezó a extenderse por Europa.
Febrero de 2021; las pruebas de la vacuna empezaron a tener sus fallos y anomalías. Los científicos advertían de la posibilidad de que hubiera que aumentar la dosis o vacunarse en varias ocasiones al año. Civiles de todo el mundo se oponían a posibles efectos secundarios de la vacuna, debatiendo con las naciones el no a la vacuna o la espera de una vacuna 100% positiva. La nueva mutación del virus y efectos de los vacunados registraban una nueva oleada de muertes.
Marzo de 2021;....... - Patricia dejó de leer al escuchar que alguien interrumpía tocando a la puerta. Juanjo se acercó a abrir. – ¡Ya voy... pesado! – Exclamaba, apurado, mientras se acercaba a la puerta. En ese momento una persona vestida de negro hasta la cabeza empujó al anciano –. Me ha mandado Tom, se te ha acabado el plazo, viejo chocho de mierda -. Amenazó a Juanjo poniéndole una catana en el cuello. – Solo un día más, para mañana lo tengo terminado -. Balbuceaba asustado. Patricia, al ver lo ocurrido, agarró un aparato de una mesa para golpear al sospechoso. – ¡Patricia! ¡Corre, sal de aquí o te matarán! - Se apresuraba Juanjo que, al mismo tiempo, se agarraba un brazo por el dolor. – ¡No! No puedo irme así, estás herido -. Dijo mientras se acercaba al viejo para ayudarle. Otro tipo, vestido de la misma manera, entró por la puerta tapando con una bolsa de tela la cabeza de Patricia. Agarrando con fuerza, animaba a su compañero para que despertara. – Si mañana no aparece lo prometido, mataremos a la chica ‐. Sentenciaron saliendo por la puerta y secuestrando a su nieta. – ¡No...! Dejadla, ella es mi... – Gritaba, intentando levantarse, y sin poder terminar la frase sufrió un pequeño infarto. – ¡Señor! - Se apresuró Alfred inyectando adrenalina al corazón. – Gracias, Alfred, no sé qué haría yo sin ti -. Agradecía el anciano al robot por haberle salvado. – ¡Rápido, tenemos que salvar a mi nieta! – Dijo mientras se levantaba con prisa. Montado en el invento que tenía que entregar al traficante que había importunado en su casa, se dirigió hacia los suburbios del área subterránea de la cúpula. Dos matones esperaban en la entrada de una puerta donde residía Tom. – Alfred, haz una llamada a mi hermano y asegúrate de que tenga todo preparado. Dile que enviaremos a Patricia de nuevo a Isla Esperanza, en un contenedor de alimentos para su empresa. Tom seguro que podrá ayudarme con este encargo, él tiene contactos por todos lados -. Ordenó al robot mientras se dirigía a hablar con el jefe. – Señor, ¿quiere que entre con usted? – Preguntó preocupado el robot. – Cuida del vehículo y espera aquí, esto es por culpa mía -. Se despidió de Alfred. No queriendo mirar atrás, respiró hondo por unos segundos. Decidió entrar solo y negociar con Tom el transporte de su nieta a Isla Esperanza.
– Me dijiste que tardarías un mes, esperé un mes. Me pediste otro mes y esperé otro mes. ¿¡Crees qué hacía falta llegar a esto!? ¿Tener que secuestrar a una chica que no sé quién es, o qué tiene que ver contigo, para que me traigas lo que te pedí? Solo te mandé hacer una simple mejora en el sistema de mi auto -. Acusaba Tom al viejo. – Lo siento, ya lo tienes en la puerta como te prometí, pero necesito hacer un trato más contigo -. Se lamentaba por hacer esperar al matón. – Sabes que soy un hombre de negocios. ¿Cuál es el trato? - Se interesaba el traficante. – La chica es mi nieta, escapó de Isla Esperanza para cumplir un sueño. Solo necesito que la devuelvan a la isla flotante por uno de los contenedores de comestibles para la empresa de mi hermano. Si puedes cumplir mi trato, te entregaré a cambio mi robot mayordomo, Alfred, y todas mis posesiones -. Pidió a cambio de su nieta. – Me gusta tu trato, pero enviar alguien a la isla flotante cuesta mucho dinero. Más de lo que cuestan todas tus posesiones -. Chantajeaba el traficante al anciano. – Si es por dinero, no tengo ningún problema, pero haz lo antes posible lo que te pido, por favor -. Dijo, arrodillándose frente a Tom. – Trato hecho. Mandaré ahora mismo a uno de mis hombres -. Aceptaba el trato. Juanjo salió del recinto caminando cabizbajo y destrozado. Siguió su camino sin mandar una orden a su mayordomo. – ¡Señor! ¿Qué pasa? - Preguntaba Alfred, extrañado. – Lo siento, amigo, pero ya no me perteneces -. Miraba al robot mientras brotaban unas lágrimas de sus ojos, despidiéndose.
Drogaron a Patricia que, sin saber el porqué de lo que estaba ocurriendo, quedó dormida. Unos hombres la amarraron y montaron en un coche. Óscar esperaba el cargamento con Patricia en su interior en Isla Esperanza. La montó en su coche y la llevó hasta su apartamento. Allí estaba Olivia que, extrañada, abrió la puerta. – ¡Patricia! ¿¡Qué ha pasado, está muerta!? - Preguntó su compañera. – ¡No! ¡Silencio! Dejémosla en su cama. Mañana, cuando despierte, creerá que todo fue un sueño -. Advertía Óscar, que llevaba a Patricia en sus brazos. Acostada en su cama, con los primeros rayos de sol, Patricia despertó algo mareada y confusa. Intentando levantarse, por los efectos de los sedantes, tiraba todo a su paso por el suelo.
– ¡Patricia! ¡Por fin te has levantado! Llevas como dos días dormida -. Inventó su amiga, siguiendo las órdenes de su tío abuelo. – ¡Dos días! ¿¡Qué hago aquí!? Si yo estaba en la cúpula -. Recordaba Patricia. – ¿¡Qué cúpula!? Qué cosas dices... ja, ja, ja,... - Seguía mintiendo Olivia. – Mi libro, tengo la información para escribirlo, no sé si era un sueño, pero puedo terminarlo -. Buscando su libreta escuchó algo caer de la cama. En el suelo había un libro con tapa oscura y letras doradas. Se acercó a cogerlo, quedando impactada por el título y el nombre del autor. – Días Extraños...
Autor: Juan José Serrano Picadizo
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