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Gravedad Cero


Solo pasaron dos años de mi última expedición. Cincuenta años de expediciones y aventuras han hecho que se resientan mis huesos. Recibí una carta del gobierno belga. Descubrieron una nueva grieta en el ártico por la causa del calentamiento global. Aparecieron varias grutas extrañas, en ellas encontraron una cueva con un mineral no conocido en el mundo. Varios excursionistas y arqueólogos del mundo salían de la cueva con síntomas de una patología rara. Gravity stokodz hausen, es el nombre con la que bautizaron aquella enfermedad.

– Profesor Eduardo Ramírez, su coche le espera en la entrada. ¿Cómo estuvo su viaje? ¿Le atendieron bien en el avión? - Un chico de piel rosada, rubio y ojos claros, esperaba mi llegada en Bruselas. – Bien, pero... ¿Quién es usted? – Lo siento, no me he presentado. Me llamo Luca de Clercq, soy su compañero de expedición - El chico, muy educado, abría la puerta del vehículo. – ¿Cuál es su formación? - Le preguntaba mientras entraba en el coche. – Soy soldado especializado en escalada, arqueología y ciencias. – Habla muy bien el castellano. Por su acento, veo que usted es francés. – Soy belga señor, pero tengo familiares en España. Mi madre es de Andalucía. – No me imagino a un belga con acento sevillano. – Muy gracioso, señor, pero es de Jaén. – Bello lugar histórico, y con mucha magia. – Escuché muchas historias de pequeño, que contaban mi madre y mi abuela materna – Dijo mientras bajaba del coche para abrir mi puerta. – ¡Qué lugar más siniestro! ¿Esta antigüedad es el hotel donde vamos a hospedarnos? - Le insinué, mientras echaba una mirada al lúgubre castillo. – Es un castillo antiguo que reformaron para acoger a gente especial como usted. – ¿¡Habrá una brigada de caza fantasma!? - Pregunté. – Que cosas tiene usted, profesor - El chico se reía de la pregunta que había hecho.

En realidad, no estaba de broma, en más de un lugar me había encontrado con fenómenos paranormales. Echamos la noche en habitaciones separadas. La habitación era un lujo, la misma habitación de un rey del siglo XIII, estilo barroco isabelino. Nos despertaron temprano para el desayuno, Luca esperaba sentado en una mesa repleta de deliciosos manjares.

– ¿¡Todo esto se va a comer usted!? - Pregunté sorprendido al ver tal cantidad de comida. – No, por favor. Es la especialidad de la casa en honor a usted. Tiene que probar todos los platos, para dejar una recomendación de su servicio. Lo que no quiera usted, no lo pruebe. - Me explicó el muchacho con una ligera sonrisa. – Pues que aproveche. Tenemos que salir pronto. No sé por qué nos citaron aquí, a tantos kilómetros del lugar. – Porque aquí recogemos al resto del equipo. Somos diez en total. Muy pronto nos reuniremos con todos. – ¿Quiénes son los demás? ¿Hay alguien conocido? ‐ Pregunté curioso. – Creí que ya estaba usted informado. Somos tres equipos, a nosotros se unirá una conocida geóloga alemana. Los otros dos equipos van por separado. – ¿Quién es la geóloga? - Preguntaba intrigado, cuando de repente, una joven dama interfería en la conversación. – Marlene Lehmann, encantada, profesor Ramírez, es un orgullo trabajar con usted. He leído todos sus libros de expedición y aventuras. ‐ Se presentaba una chica con piel rosada, ojos claros y pelo castaño rubio. – También habla usted muy bien el castellano. ¡Qué casualidad! – Creo que quien está detrás de esta expedición se informó y buscó que los tres tuviéramos raíces españolas. ‐ Explicó Luca. – Si, mi madre es de España, de Cataluña. – Yo soy de Navarra, mi madre portuguesa y mi padre gallego. ‐ Dije para hacer la gracia. – Pues parece usted inglés. ‐ Dijo Luca riendo.

Recogimos nuestras maletas y salimos hacia el aeropuerto. En el camino, Marlene no paraba de hacer preguntas sobre mis libros y expediciones.

– Me encantó su libro sobre la expedición en la Gruta del Diablo, en México. En una nota dijo usted que aquel lugar le cambió la vida para siempre. ¿A qué se refería? – La vida puede ser cambiada de muchas formas. Aquel lugar cambió mi forma de ver las cosas, me hizo madurar y ser quien soy. Fue de mis primeras expediciones. Tenía veinte años cuando mi padre me llevó a aquel sitio tan insólito. Conocí aquello que llaman volver a nacer, o el despertar. Pude ver la muerte y la resurrección en varias formas, incluso al mismísimo diablo en persona. – Hemos llegado al aeropuerto, señor. - Interrumpió Luca. – ¿Cómo era? - Preguntó Marlene. – Si se refiere al diablo, lo tiene frente a usted todo el tiempo. Espero que no tenga que verlo nunca, porque es la experiencia más difícil de olvidar de nuestras vidas. Pero si se refiere a la muerte, nunca nadie sabe lo que es hasta que resucita, y le juró que es una experiencia divina y difícil de explicar. – ¡Qué tenebroso! Me encanta. - Exclamó Marlene, mientras Luca no paraba de meternos prisa. – ¡Llegamos tarde al avión! ¡Rápido profesor! - Repetía Luca.

Montamos en el avión apurados. Nos dirigíamos a Nueva Zelanda. Fue un viaje largo y agotador para mis viejos huesos resentidos. Me quedaba poco para mi jubilación, me lo pensé varias veces, el ir o no a la invitación, pero mi espíritu joven y aventurero es inquieto y le gustan los retos. Acepté sin prejuicios. Nunca me casé por mi situación y mi modo de vida, aunque tenía una hermosa hija y nietos a los que adoraba con locura.

– Profesor Ramírez, ya estamos llegando. - Me despertaba Luca. – ¿¡Quién es ese profesor tan famoso!? ¡Lo sabía! El profesor Ramírez. ¿¡No se había retirado usted!? Creí que lo había dejado después del accidente de hace diez años en Asia. Seguro que, como siempre, va usted sin ninguna información al lugar. Desconoce por completo el sitio al que va. ‐ Interrumpió Smith, un explorador inglés con el que siempre estábamos rivalizando. – ¡Señor! No se le informó de nada porque ya lo hice yo por él. ‐ Salió Luca en mi defensa. – Tranquilo Luca, ya se yo defenderme. Sabe usted, Smith, que cuanto más informado va a una expedición, menos sabe del lugar. A mí me gusta aprender del sitio. - Le contesté a Smith, haciendo que callara. – A estos chicos también los lleva a morir. Seguro que no pasan ni treinta minutos antes de que se le accidente un compañero, como siempre. Buena suerte. - Se marchaba Smith, dejando incertidumbre entre mis dos jóvenes compañeros. – Señor, ¿Qué pasó hace diez años? - Preguntó Marlene. – Un chico de la India, calló dentro de una grieta en una cueva que exploramos. No pudimos recoger su cadáver. - Les contaba con tristeza. – ¡Bah! Pero seguro que fue por accidente, o por inexperiencia. - Dijo Luca. – Si, fue un accidente, por mi culpa. Encontré una zona inexplorada, y continúe más a fondo la búsqueda sin permiso. Al no conocer la zona y por salvarme a mí, cayó él en mi lugar. - Les contaba a los chicos, mientras aterrizaba el avión.

Llegamos a Nueva Zelanda, donde nos esperaba un escuadrón de personas experimentadas en zonas heladas y grutas profundas. La cueva no estaba a demasiados kilómetros en barco rompehielos. Nos tenían reservadas habitaciones separadas para todos los integrantes del grupo. Me acerqué a ver los informes de los antiguos expedicionarios y las causas de su grave enfermedad.

– ¡Es muy raro! Todos los que cogieron la enfermedad estuvieron expuestos al mineral. - Me informaba Marlene. – Puede que la causa de la enfermedad sea el mineral y no el lugar. - Aclaraba Luca. – Nosotros no recogeremos mineral, solo exploraremos la cueva, su longitud, su edad y su rareza. El mineral lo recogeremos otro día con un equipo especial. Dibujaremos un plano de la zona y lugares de dónde explotar el mineral. - Les ordené a los dos chicos. – A mí solo me interesa el mineral, es lo que me ordenaron desde mi gobierno. - Explicaba Marlene. – Si van a trabajar conmigo, seguirán mis órdenes. Aquí ya no hay ningún gobierno o política. El que manda y dice qué hacer o no, soy yo. - Les decreté a los dos chicos.

Pasamos la noche helada con muchas mantas para arroparnos. Llegamos por el océano Ártico a la zona y nos adentramos con el rompehielos. En el lugar, se podían ver las condiciones de la Antártida y sus cambios por el clima.

– ¿Es aquella la grieta que ha aparecido? -Preguntaba Luca al capitán del barco. – Sí, también han aparecido algunas más por el deshielo. Pero esta es la más accesible y en la que ha sido descubierta la gruta. - Respondió el capitán. – Qué más cosas aparecerán en este lugar inexplorado del mundo. Por culpa del calentamiento global, posiblemente encontremos animales y otras enfermedades raras sin identificar. - Aseguraba Marlene. – Nada es peor que la muerte, por eso no hay que tener miedo al descubrimiento. - Les dije para animar a los chicos.

El rompehielos parecía no avanzar más. Cada vez íbamos más lentos y se podía ver una tienda y varios excursionistas al final. Se escuchó un silbato y a varios perros ladrar.

– Hemos llegado al lugar, señor. - Confirmaba Luca. – ¿¡En trineo!? ¿¡Y el cargamento!? Así no podremos llevar el equipo. - Se preguntaba Marlene. – Al sitio al que vamos, no hace falta tantos artilugios. - Le contesté.

Montamos en trineos tirados por perros. Cuando llegábamos al lugar, nos adelantaban Smith y su grupo.

– ¡Como siempre, eres el último! ‐ Gritaba Smith.

Llegamos a la carpa y bajamos todo el equipo. Montamos nuestra tienda con dificultad por el viento. Luca y Marlene recogían todo lo necesario para la primera visita a la cueva. Me coloqué el traje especial para los gases de la cueva, ayudado por Luca. Teníamos dos motos de nieve y una lancha de arrastre pequeña para colocar los equipos. Paramos a unos metros de la gruta. A la cueva se podía entrar descendiendo con cuerdas. Agarré las cintas del equipo a los mosquetones y bajamos por la pequeña abertura de la cueva. Encendimos las linternas para no golpearnos con las rocas. La bajada era de unos cincuenta metros. Durante la misma descubrimos varios niveles y pasadizos entre la roca. Luca llegó primero, ayudando a Marlene, y después me ayudaron a mí. Cada uno llevábamos linterna, Luca llevaba, además, un maletín con un portátil y varias cápsulas para recoger muestras. Dimos una vuelta de reconocimiento en la zona de descenso, llegando a descubrir varios pasadizos por los que empezar la expedición.

– ¿Por dónde empezamos? - Preguntó Marlene. – Cogeremos la que nadie ha explorado. - Le contesté. – ¿Cuál cree usted qué aún no ha sido explorada? - Preguntó Luca. – Aquélla de allí. - Señalaba una pequeña grieta entre la roca. – ¿¡Está usted loco!? No podremos pasar con el equipo por ese lugar. - Negó Marlene. – Ya os dije que el equipo no era necesario en este lugar.

Observamos la grieta para ver su profundidad y tamaño. Marlene negaba con la cabeza mientras Luca y yo nos preparábamos para entrar.

– Venga, no seas miedosa. - Le decía Luca a Marlene. – Si entro es por el profesor, y porque sé que, si ha elegido entrar por aquí, es por una buena razón y seguro que no tiene desperdicio. - Se decidió por fin Marlene. Seguimos casi agachados y sin apenas oxígeno por la grieta. Las paredes se hacían cada vez más cerradas y bajas. – Profesor, creo que no podemos avanzar más. - Dijo Luca. – Sí, si podemos, ¡escucha! Se oye agua y una entrada de aire. Eso quiere decir que más adelante tenemos una zona abierta al otro lado de la cueva. – Aclaré al joven.

Seguimos adelante hasta encontrar una salida. Como le había dicho a Luca, había una zona gigantesca y preciosa con antiguas estalactitas y estalagmitas. Se podía ver por todo el alrededor una especie de líquido brotar por las paredes, de color azulado fosforescente. Observando la zona descubrimos una gran rampa, hecha por alguna civilización antigua a mano o con algún tipo de artilugio. Aquello nos dejó perplejos. También había como pinturas y símbolos en las rocas y paredes de la cueva. Por la forma de escritura no parecía de ninguna civilización humana conocida hasta el momento. Bajamos la rampa hasta el final. Donde pudimos distinguir una especie de puerta o portón metálico cerrado.

– ¿Qué es esto? ¿Cómo puede estar esto aquí? - Preguntó Marlene. – No lo sé, pero es un descubrimiento importante para la historia. - Dijo Luca. – Yo me imagino por qué está aquí. ¡No os habéis fijado en las paredes! Si os fijáis bien, cuando bajábamos la rampa, el líquido que sale de la pared subía en vez de brotar hacia abajo. Es un comportamiento muy raro, pero mirando hacia donde está el principio de la rampa. ¿¡No os parece raro!? - Les señalaba hacia el principio de la rampa. – ¡Imposible! ¡Está abajo! Parece que no hemos bajado, sino más bien subido. ‐ Se asustaba Luca al descubrir mi hallazgo. – ¿Qué lugar es este? Es todo muy raro. ¿Qué habrá detrás de esa puerta? Ahora si es verdad que tengo miedo. - Se asustaba Marlene, al ver un lugar tan siniestro. – ¡Profesor Ramírez! - Gritaban dos chicos que, apresurados, llegaban hasta el lugar. – ¿Qué hacen aquí? ¿Quiénes son ustedes? - Les pregunté. – Somos compañeros de Smith. Le vimos entrar por la grieta y lo seguimos hasta este lugar. – ¡De Smith! ¿¡Y dónde está ese granuja!? - Volví a preguntarles, algo confuso por la situación. – Smith está en peligro, señor. Nos indicó una entrada que, aseguraba, iba a coger usted. Él solo quería reírse, cuando descubriera que él llegó primero. Encontramos una grieta en el suelo donde emanaba una luz brillante y un gas misterioso. Sin hacer caso de nuestros avisos se quitó el casco y se asomó a mirar. Cuando solo se acercó un poco, empezó a decir que se sentía algo mareado. Al estar muy cerca de la grieta, no alcanzamos a agarrarlo para que no cayera. - Explicaba algo nervioso uno de los chicos. ‐ ¿¡Cómo!? ¡No puede ser! ¿Observaron la grieta después de la caída? ¿Lo encontraron? - Les pregunté, sin creer lo que estaban diciendo aquellos chicos. – Sí, profesor, no encontramos nada ni se veía nada. No sabemos hasta dónde cayó ni dónde puede estar. - Decía el otro chico, algo angustiado. – ¡Profesor! ¿Puede que lo que haya detrás de esta puerta nos llevé hasta él? - insinuó Marlene. – Puede ser, echaremos una ojeada Luca y yo. Quédense ustedes aquí, tenemos poco oxígeno en las bombonas. Si ven que tardamos mucho, entran ustedes para ayudarnos. ¿De acuerdo? - Les ordené a los chicos para que se tranquilizaran. – ¡Profesor! ¡La puerta es un holograma, no es real! - Confirmaba Luca, traspasando su mano por la pantalla. – No importa, pasemos. - Le insistí muy seguro. – Cuiden de Marlene. – Indicó preocupado Luca a los chicos. – Id tranquilos, aquí esperaremos. - Confirmaron todos.

Aunque la puerta era un holograma, no podíamos oír y ver nada a través de ella. Parecía ser un truco de magia o algo similar. No podía creer por todo lo que estábamos pasando. El lugar en donde entramos, era una cámara gigante toda revestida de blanco. No se podían ver paredes, ni el suelo y el techo. Parecía estar en un vacío total dentro de una habitación cuadrada gigante. Desde la puerta pudimos distinguir algo a lo lejos que flotaba en la sala. Nos preparamos para ir hasta el lugar, algo asustados y desconcertados.

– Profesor... ¿no nota usted algo raro...? - Me susurraba Luca. – ¿Por qué... me habla tan bajito..., apenas puedo oírle...? - Le pregunté extrañado. – ¿No se nota... usted más ligero..., como si flotara...? - Volvió a susurrarme, extrañado, Luca. – Pues... ahora que lo dice..., sí me noto algo más ligero... y la voz... se alarga escuchándose... algo bajita y con diferentes... decibelios... - Le confirmaba algo extrañado también. – ¡Quietos ahí...! ¡Si no… queréis morir...! - Nos apuntaba con una pistola Marlene.

Luca corrió muy lento, abalanzándose sobre Marlene que, al mismo tiempo, apretó el gatillo de la pistola. Se podía ver la bala con ondas a su alrededor, acercándose lentamente hacia mí. Dejando tiempo para esquivarla.

– ¡PROFE...SOR...! ¡CUIDADO...! - Gritaba Luca, pero apenas era audible.

Luca y Marlene salieron por la puerta disparados, por el placaje. Yo los seguí. Estaban todos en el suelo, rápidamente se levantó Luca, arrebatando el arma a Marlene.

– ¡Estás loca! ¡Casi le das al profesor! ¿¡Por qué has matado a estos chicos!? ¿¡Para quién trabajas!? – Dijo Luca enfadado mientras apuntaba a Marlene con la pistola que le había arrebatado. – ¡Quieto! Me lo temía desde el principio. Su apellido ya me es conocido. Una vez trabajé con su abuelo o su padre en una expedición. Pero lo que me ha confundido por completo es que trabajase para los nazis. - Detenía a Luca, mientras aclaraba sus dudas. – ¡Nazis! ¿¡Qué buscan aquí los nazis!? - Preguntó Luca. – No lo había visto cuando llegamos a este lugar, pero si mira a la derecha de la puerta, verá un símbolo nazi. - Contesté. – ¡Por favor! ¡Ayudadme! No quería hacerlo, pero no estaba en mis planes que llegaran estos chicos. Mi padre fue enviado por la organización hace cinco años a este lugar y nunca volvió, no se sabe nada de él. Creo que sigue aquí atrapado. - Confesaba Marlene. – ¿¡Qué sabes de este sitio!? - Preguntó Luca. – Hace unos setenta y cinco años, mi abuelo trabajó para Hitler en este proyecto. Construyó una máquina anti gravedad. De este lugar, por la falta de gravedad, apareció un mineral importante para la construcción de bombas, que podría destruir un estado entero. El proyecto fue cancelado por la falta de mano de obra y la caída de los nazis. La cueva, en un radio de un kilómetro, tiene una disminución de gravedad por metros. La causa de los síntomas es por falta de la gravedad y el oxígeno. - Explicó Marlene. – ¡De acuerdo! Entraremos para rescatar a Smith, tenemos poco tiempo de oxígeno en las máscaras. Volveremos a la base para descansar y trabajar los planos. ¡Buscaremos a tu padre! - Dije convencido. – Pero... profesor, es una asesina. ¿Qué hacemos con estos chicos? – Tranquilos, solo están dormidos. - Contestó Marlene.

Se acercó Luca a tomar el pulso de los dos chicos, que dormían tirados en el suelo.

– Oíd... chicos, ¿estáis bien? Venga, levantad del suelo, tenemos que rescatar a Smith, no hay tiempo. - Los despertaba Luca, con ligeros toques en la cara. – ¡Qué! ¿Qué ha pasado? ¿Quién nos golpeó? - Decía un joven algo confuso. – ¡Vamos, no tenemos tiempo! - Les metía prisa a ambos. – Entremos todos a la vez, ayudemos a Smith, y salgamos de este sitio. - Dijo Luca.

Entramos todos en la cámara de anti gravedad. Siguiendo la dirección del bulto que se veía al final. Resultó ser Smith. Flotaba en el aire, como si fuera un globo lleno de helio. Los jóvenes compañeros subieron uno con otro para poder cogerlo. Se dificultaba todo tipo de intentos, ya que, por la falta de gravedad, apenas teníamos control de nuestro cuerpo si flotaban. Luca creó un tipo de ancla y le añadió varias cuerdas. Lanzó varias veces la cuerda con dirección hacia Smith, hasta que, por fin, después de cinco intentos, el ancla se enganchó en su traje. Avanzamos fuera de la cámara, con la dificultad de que Smith estaba en muy malas condiciones para pasar por la grieta.

– Creo que no podrá pasar por la grieta. ¿Cómo lo hacemos? - Preguntó Luca. – Tenemos que buscar otra salida, pero no tenemos mucho tiempo. - Contesté.

Seguimos subiendo la rampa que encontramos cuando pasamos la grieta. No sabíamos a dónde llevaba. Llegando al final encontramos otra puerta de metal cerrada. Luca, sacó la pistola y disparó a la cerradura, consiguiendo abrirla. Se escuchaban unos motores y unas máquinas trabajando dentro de la sala. Al entrar, descubrimos que era la sala de mandos de la cámara anti gravedad.

– ¡Papá! - Gritó Marlene al ver el cuerpo de su padre en el suelo. – Lo siento, Marlene, hemos llegado demasiado tarde. - La consolaba, mientras lloraba sobre el cuerpo moribundo de su padre. – ¡Profesor! ¡Aquí está la palanca, para apagar la máquina de la cámara de anti gravedad! - Exclamó Luca, agarrando la palanca. – ¡No! No la toques, seguro que tiene alguna trampa o, peor, imagina que después de tanto tiempo, se hunde la cueva. - Prevenía de la intención de Luca. – ¡Profesor, he encontrado una salida! ¡Hay una escalera que sube hacia unos de los niveles de la cueva! - Gritaba unos de los chicos de Smith. – ¡Salgamos rápido! Marlene, después volveremos a por tu padre. Primero salvemos nuestras vidas. - Ordené a todos.

Subimos la escalera, que llevaba hasta un hueco oculto entre los niveles de la cueva. Subimos uno por uno para salir de aquel sitio. Amarraron a Smith en la lancha y salimos rápido del radio de la gruta. Llegábamos a las tiendas cuando detrás de nosotros escuchamos una fuerte explosión acompañada de un fuerte seísmo. Miramos todos hacía atrás, viendo cómo la cueva se hundía, despidiendo partes de las rocas al aire y quedando algunas de ellas flotando en la superficie. Nos preparamos para salir huyendo de la zona, dirigiéndonos hacia el buque. La tierra empezó a resquebrajarse, hundiéndose por nuestras pisadas y casi dejándonos atrapados. Los instalados en las tiendas no llegaban a tiempo para salir de la zona inestable. Algunos de ellos eran tragados en la nieve. Llegamos al barco con rapidez, subiendo todos por los pelos. Miré la posición de la cueva, llegando a ver cómo una bola de luz azul celeste con unos rayos cubría toda la zona. Después de una segunda explosión cegadora la zona desapareció, quedando todo el lugar al descubierto.

– ¡Llamen a un médico! - Gritaba a los trabajadores del barco que venían a nuestro rescate. – ¡Papá...! - Gritaba Marlene. – Ya no podemos hacer nada, creo que fue lo mejor que le podía haber pasado a esa cueva. - Decía Luca. – Al menos nosotros seguimos vivos, que es lo importante. - Consolaba a los chicos.

Un grupo de médicos llegó rápidamente. Llegando a Nueva Zelanda, diagnosticaron a Smith con el síntoma de Gravity Stokodz Hausen. Su cerebro fue dañado por la falta de oxígeno. Bajando del barco, Luca se acercó para hablarme al oído.

– Profesor, guarde esto en su bolsillo. - Me susurró Luca. – ¿¡Qué es!? - Le pregunté extrañado. – Échele una ojeada cuando usted pueda. - Respondió Luca.

Llegamos a un hotel tras dar parte de la catástrofe y las muertes ocasionadas en la embajada. Me quitaba la ropa, cuando de mi bolsillo cayó al suelo la nota de Luca. La abrí un poco extrañado sin imaginar su contenido.

– Alemania 12/05/2014 Querida Marlene: Te escribo esta carta para informarte que salgo a arreglar unos problemas del pasado. Tu abuelo inventó una máquina anti gravedad que, con la recogida de un material desconocido, creaba una bomba para eliminar el mundo entero. La máquina está programada para acabar con la humanidad en 2020. Solo yo sé cómo desactivarla, con la ayuda de unos planos antiguos de tu abuelo. Sé que estaré en peligro y no sé si volveré a verte. Quiero que cuides de tu madre. Borraré todo rastro de los nazis en nuestra familia. Te quiero mucho, mi hijita. - Ponía en la nota.

– ¡Maldito! ¡Pulsaste la palanca! Ja, ja, ja,... - Exclamé al darme cuenta de que Luca no hizo caso de mi orden.


Autor: Juan José Serrano Picadizo.

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