No me puedo quitar esos flashes de mi cabeza. Recuerdos de toda nuestra vida juntos. ¿Te acuerdas el dÃa que nació nuestro primer hijo? Antonio, siempre fue responsable y trabajador. ¿Recuerdas el nacimiento de nuestra hija? Amalia, un torbellino con el mejor corazón del mundo. ¿Y qué me dices del último? Manuel, cabezota, pero soñador. No hemos tenido una vida fácil, enfermedades, pobreza, lucha y más lucha. Abandonar en varias ocasiones nuestro hogar. Pero siempre hemos sido fuertes como familia, trabajando juntos y unidos. Por la gracia de Dios encontramos un hueco en otra familia que nos acogió. Aún no me puedo quitar de la cabeza aquella imagen, la noche que cogà a nuestro cuarto hijo muerto en su cuna. Lloraste durante semanas, no queriendo salir de casa. Creà haberte perdido, y yo creÃa estar loco. Saliste aquel dÃa renovada y fuerte, mandona como siempre. Trabajamos las tierras que nos cedieron. VeÃamos crecer nuestro campo como a nuestros hijos sanos. Todo habÃa cambiado para nuestra suerte. Con un buen dinero y la venta de aquellas tierras, pudimos crear nuestro hogar en la ciudad. Nuestros hijos estudiaron en la escuela, encontré un buen trabajo, y tú, al fin, encontraste el hogar con el que soñabas. Nunca escuché una queja de ti, por nuestra pobreza o malas condiciones. Siempre luchabas para salir adelante. Estuviste junto a mà en el hospital el dÃa que me accidenté en el trabajo. Estuve a punto de morir, ya no me importaba. Tenias todo lo que deseabas como la reina que eras. Nunca te diste por vencida. Perdà vista, un poco de la movilidad, y seguiste queriéndome como el primer dÃa. Te acompañé a todo lo que me pedÃas. Como aquella vez que te empeñaste en ir a una sala de baile sabiendo mi estado. Yo bailé, aunque la gente se reÃa de mi. Lloramos juntos la noche que nuestro tercer hijo fue asesinado en la calle. Aquella noche nos destrozó a los dos. De nuevo creà que te hundÃas, y contigo el pilar más fuerte de esta familia. Pasamos semanas con muchas discusiones y casi nos divorciamos. Yo me eché a la bebida como apoyo de mi depresión, sin embargo, tú seguiste como una piedra. Con los años terminé con una enfermedad en el riñón. Casi a punto de morir de nuevo por un infarto. Daba igual cuántas veces yo me caÃa, tú seguÃas ayudándome. Setenta años juntos y es la primera vez que el pilar que me sostiene cae. Empezó por una pérdida, poco a poco, de memoria. Un ictus y otro. Hasta que te encontré frÃa junto a mÃ. ¿Qué hago yo ahora solo? ¿Qué hago si me enfermo? No puedo ver mi vida sin ti. – ¡Señor! ¿Cerramos ya la caja? Tenemos que meter a su esposa en el nicho. – Perdona, joven, no es mi esposa. – Lo siento, señor. ¿¡Entonces qué hace usted!? – Soy la única persona que la acompañó durante sus últimos dÃas. Está sola desde hace bastante tiempo, como yo. Somos vagabundos, me daba mucha pena verla asÃ, pues yo me veré igual muy pronto, pero nadie llorará por mÃ.
Autor: Juan José Serrano Picadizo