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Muerto de hambre

Actualizado: 31 ene 2021


Tras una violenta tormenta, la pequeña barca de salvamento quedó varada entre las rocas de una insólita y espeluznante isla. Era el único sobreviviente, aunque viviente, no era una afortunada palabra para describir su situación. Despertó agarrado a un viejo barril de hidromiel que, por suerte, le salvó la vida flotando hacia la orilla. Una espesa niebla cubría todo el perímetro. Las nubes escampaban dejando entrever el sol con pequeños hilos dorados. A lo lejos resonaba el relincho de unos caballos que, galopantes, hacían crujir las piedras de un camino cercano. Se acercó al estrecho carril que conducía a un siniestro castillo, construido en la cima de una montaña rocosa. Apenas era visible entre la niebla y las nubes, pero un hermoso arcoíris hacía de faro para una de sus torres. Caminaba cauteloso a duras penas por las rocas, agotado y hambriento. Respiró hondo, tragando saliva cuando encontró su entrada. El aspecto del castillo era oscuro y fúnebre. Sus piernas, aparte de cansadas, temblaban de miedo. Su estómago rugía, su boca se secaba, y su cuerpo no aguantaba más el frío por estar empapado. Dejando su miedo entró decidido para pedir ayuda en su interior. Tocó la gran puerta una y otra vez, pero nadie contestó. Cansado de llamar cayó rendido sobre el portón, dejándose entreabrir unos centímetros. Tirado en el suelo se arrastró a su interior. "¡Venga, pide ayuda!"

– ¡Hola..! ¡Ayuda..! ¡Me muero de frío, sed y hambre..! ¡Socorro..! - Gritaba vencido.

Nadie acudía a su ayuda, el castillo parecía estar vacío y abandonado. Dejó el apoyo de la fría pared y caminó por un largo pasillo lleno de cuadros y antorchas. Nervioso por cada paso que daba no dejaba de mirar a todos lados, tenía la extraña sensación de ser observado. Los grandes y horribles cuadros parecían estar vivos. No dejó de caminar hasta llegar a un gran salón comedor con grandes ventanales, cortinas, lámparas colgantes, chimenea encendida, alfombra, sillas y una gran mesa en su centro repleta de comida. "¡Comida! ¡Corre, no te quedes ahí parado!"

– ¡Oh! Es verdad, jo,jo,jo ¡Comida..! - Gritaba contento por la gran sorpresa.

Sentado a la mesa comenzó a comer desesperado hasta no dejar nada. Con el estómago lleno y saciada su sed, arrimó una silla a la chimenea para calentarse, quedándose dormido. El sol alumbraba la sala entrando por el cristal de las ventanas, haciendo que se desvelara. Estando seco y lleno, por otro de los pasillos buscaba una habitación donde dormir. Al final del pasillo algo reluciente llamó su atención. Acercándose cuidadoso distinguió un gran espejo. "Mejor que no lo mires"

– ¿¡Cómo!? ¿¡Desde cuándo tengo este aspecto!? - Se asombraba al mirarse.

Se tocó la cara y miró por todos lados, desabrochó su chaqueta para mirar su estómago. "Ya te lo avisé"

– ¡Se me ven las costillas! ¡No puede ser! - Se asustó al descubrirse.

En ese momento alguien se acercó por detrás de él, apareciendo en el espejo.

– ¿Ha comido bien, señor? - Preguntó. – Sí, gracias. - Respondió despistado, sin mirar al espejo. Dándose cuenta, levantó despacio su cabeza, viendo al hombre que había en el espejo. – ¿¡Quién eres tú!? - Se giró asustado para ver al sujeto.

Quedó petrificado cuando descubrió que no había nadie detrás de él. No muy seguro, volvió a mirar al espejo, donde se encontraba el extraño señor sonriendo.

– Soy el mayordomo de este castillo, no se asuste usted. Parece que ha visto a un fantasma. - Le respondió el hombre muy educado. – ¡Fa..fan..Fantasma! ¿¡Estás de broma!? - Preguntó muy nervioso. – Se asusta usted de un fantasma y no se asustó cuando descubrió su aspecto.- Respondió el mayordomo – ¿Cómo se llama? - Preguntó. – Esto es muy extraño. Soy el Capitán Cuervo negro, ¿No ve a mi pájaro? - Preguntó señalando su hombro. – Ese pequeño esqueleto, querrá decir. - Contestó. – Cierto, no me había dado cuenta. Creo que estoy soñando, o es por el empacho de haber comido tanto -. Dijo tras no creerse todo lo que le estaba pasando. – No, creo que no estás soñando, más bien estás un poco muerto -. Dijo el mayordomo. – ¡Muerto..! - Gritó perdiendo parte de su mandíbula. – Sí, así es. ¿Cuándo fue la última vez que zarpó? - Preguntó. – Mi barco zarpó de España hace un año, en el mil setecientos veinte. ¿En qué año estamos? – En mil ochocientos veinte -. Contestó. – ¿¡Cómo!? ¡Cien años! Ahora recuerdo todo. Encontramos una isla tropical buscando un tesoro, donde habían unos árboles frutales muy extraños. Recogimos varias frutas para nuestro almacén. Una noche, tras varios días navegando, bajé para comer una fruta. Entre ellas había una que resaltaba en la oscuridad. Me llamó tanto la atención y su aspecto era tan delicioso, que me la comí. Desde ese día no recuerdo nada -. Contó el pirata. – ¿Y su tripulación? - Preguntó el mayordomo. – Seguro que se vendieron a otro capitán, o murieron con el tiempo. ¡Malditos!

De repente un rugido de estómago interrumpió la conversación.

– ¿Tiene usted hambre otra vez? - Preguntó. – No, no, gracias, ya estoy lleno -. Contestó.


Autor: Juan José Serrano Picadizo

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