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Recuerdos de un cuentacuentos


Bailén, año 2000. Siempre estaba ansioso por acabar el colegio y, aunque lo hacíamos muy a menudo, no veía la noche que podía juntarme con mis amigos sin pensar que había que estudiar. "¡Pero Juanjo, si tú no estudiabas!", pues sí, es verdad, pero igualmente había que madrugar. Siempre nos juntábamos en un gran porche bajo uno de los edificios, también sentados en uno de los escalones de algún portal, dando la tabarra hasta altas horas de la noche. Más de un cubo de agua nos llevábamos. Mi barrio se llama El Salvador, donde tienen costumbre de poner el nombre por la iglesia del lugar o por cualquier hecho histórico. La calle donde vivíamos la mayoría, se llama Avenida de Andújar o Calle Andújar. Yo vivía en unos de los edificios comúnmente apodados "Los pisos amarillos", donde si pasabas, te quedabas sin durillos (es broma). Son nueve edificios hermanos edificados de la misma forma, pero el que hacía de nueve lo destetaron el último y quedó algo más apartado, aunque igualmente formaba parte de la familia. Frente a los edificios había casas, y en los alrededores teníamos varios descampados. El más conocido, "La explaná", situada tras los edificios y el destetado, donde echábamos el día jugando al fútbol y otros juegos en grupo. Tras las casas había un campo grande con montañas, huertas y un tejar antiguo abandonado. El tejar tenía un horno viejo. En la parte posterior de los edificios habían hecho nuevas casas justo al lado de "La explaná", y más atrás también había campo. Más abajo estaba el "Colegio público Virgen de Zocueca", donde yo iba de pequeño. La Virgen de Zocueca es la patrona del pueblo. Junto al colegio construyeron un parque, con grandes jardines, justo al lado del viejo centro de salud y, al otro lado, la Iglesia del Salvador. Cuando estábamos algo aburridos de "La explaná" salíamos a los otros descampados, siempre el más usado era el del tejar viejo. El tejar era nuestra casa de reuniones y juegos, desde cabañas, fogatas con palets viejos, jugar al escondite, matarse más de uno. También era el lugar secreto de drogadictos y casa que dejábamos nosotros como un palacio, para vagabundos. Ya con el tiempo, llegaban más niños de los alrededores, cuando comenzó a crecer el barrio. Igualmente invitamos a todo el pueblo a entrar, no teníamos leyes y mucho menos política. Más de uno por esos lugares terminaba con algo roto, atravesado por un clavo en el pie o abriéndose la cabeza, yo incluido, pero éramos felices. En las noches, todos los de la zona nos reuníamos para jugar al escondite por las zonas oscuras, bailar y cantar en grupo, y contar algunos chistes y chismes que se nos ocurrían. Era entonces cuando haciendo un círculo, o todos sentados al lado uno del otro, siempre salía alguna historia que otra. Contábamos historias de las andanzas por los lugares nuevos, y ocurrencias por senderos o casas de campo abandonadas. Historias como la de mi relato, "La casa del loco", nació en ese entonces, la vivencia fue real, aunque con un 70% biográfico ya que allí no murió nadie. Solíamos contar cuentos de momentos y anécdotas que nos pasaban en nuestras aventuras, añadiendo algo de terror o algo fantástico. Los cuentos eran de un 50% a un 80% reales, según la imaginación o las travesuras e intelecto de quien la contaba, yo solía usar más la imaginación. Había quien usaba más el intelecto, como Juanito, o la travesuras, como José Antonio. También añadían humor, si alguno había caído en algún sitio en particular como en un charco, caerse por un barranco en el camino, cagarle un pájaro, romperse o mojarse la ropa, mancharse de barro y miles de accidentes que solían pasarle a unos niños en una aventura peligrosa sin el consentimiento de los padres, claro.

(Desgranando La casa del loco)

Yo solía usar mi imaginación con gran agudeza, en ocasiones hacía que mis amigos quedaran deslumbrados. En otras ocasiones terminaban cansados. "La casa del loco" nació un día de novillos en que salimos al campo para ir hasta el Rumblar y bañarnos en el río.

Camino al río no encontramos con un cortijo abandonado y destrozado por el tiempo. Era bastante raro, ya que solo había una parte de la casa en pie y cerrada con una puerta de hierro oxidada. Observando desde la verja de alambre oxidado, más de uno hacía la broma de los fantasmas. Mi ingenio y mi gran historial en inventar cualquier cosa, sacaba los pies del tiesto. – Si está en pié y cerrada es porque guardan algo valioso, o mejor, porque hay alguien encerrado, o por la fuerza mayor de un ente, no puede el tiempo tirarla –. Yo las tiraba al aire y hacía brotar la imaginación de los más valientes. Entonces siempre había alguno que decía. – Pues sin mirar no nos vamos a ir –. Y otro. – Joder, Juanjo, ya nos dejas con la duda –. Y volvía a decir. – Imaginaos que hay alguien secuestrado, si lo salvamos somos los héroes del pueblo –. De nuevo sembraba la duda. – Venga, vamos a entrar –. Pasamos por la verja y entramos en el porche. Caminando hacia la zona de la casa, escuchamos un buen golpe dentro del habitáculo. – ¡Hostias, vámonos! – Decía el más temeroso, o sea, yo. Salíamos corriendo como las balas. Lejos de la zona volvía a sembrar la duda, ahora con miedo. – ¡Lo sabía! Tiene que haber un ente o alguien encerrado –. Volvíamos a entrar y esta vez lo hacíamos por otra parte de la casa. Estando detrás de la misma encontramos un pequeño patio, había otra habitación donde estaba la cocina, por lo que quedaba sin caer. Cuando estábamos a punto de rodear la casa, escuchamos un gemido o alarido. – ¡Callaos! ¿Habéis escuchado eso? –. Buscamos por la zona hasta llegar a un cuartillo. Conforme avanzábamos más seguido se escuchaban los alaridos. Nos acercamos lentamente hasta la zona. Los alaridos se escuchaban más continuados. Mirando y buscando por todos lados nos percatamos de una chapa de hierro pesada con unas piedras encima, tenía una pequeña apertura, por la que pudimos ver que era un pozo. Estando junto al pozo, escuchamos de nuevo el alarido y descubrimos que provenían de ahí. La sorpresa vino al abrir el pozo, a pesar de ser profundo, encontramos una gatita muy desnutrida y débil con varios gatitos a su lado. Algunos de los gatos pequeños estaban muertos, secos y casi en descomposición. El hedor era insoportable y la gata no paraba de maullar por la desesperación. Con la cooperación humanitaria salvamos a la gata y sus crías de la muerte segura. Para que no ocurriera otra vez, decidimos entre todos echarle piedras, tablas y cualquier cosa que hubiera por el lugar. Seguimos con la exploración de la casa intentando abrir la puerta. Por fin abierta, encontramos un sofá antiguo con telarañas y una silla de esparto en el centro. Los más graciosos terminaban haciendo la broma de encerrarnos dentro. Entre gritos y enfados por parte de algunos, terminamos siguiendo nuestro camino hacia el río.

Muchos recuerdos de una infancia bonita que nunca más volverá. Pero aún los conservo y guardo en mi baúl. Nunca dejaré de ser un niño y tener una imaginación como tal. Pero si sé que nunca sabrás cuanto porcentaje de este relato es real.


Autor: Juan José Serrano Picadizo

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